Por Esther González Arnedo – profesora de RRHH de EAE Business School
Parece que fue ayer… pero este año se han cumplido cien años de la implantación de la jornada laboral de 8 horas. En Perú no fue tan rápida como en algunos países europeos como Reino Unido (1889) o Finlandia (1907), pero se alcanzó en un razonable y honroso punto medio, el 15 de enero de 1919.
La huelga general masiva de tres días en Lima acabó con el Decreto Supremo del presidente José Pardo y Barreda, que instauraba la jornada de 8 horas para todos los ciudadanos peruanos.
En las primeras décadas del SXX, se aprobaron en los países de Latinoamérica las leyes laborales necesarias que dispusieron la jornada de 8 horas, alcanzando algo que parecía impensable en los inicios de la Revolución Industrial, en los que la jornada laboral «normal» duraba 16 horas durante los 7 días de la semana. Gracias a las huelgas de todos esos hombres y mujeres que lucharon por el derecho a que el tiempo de descanso, diversión y trabajo fueran iguales, una gran masa de la población dispone hoy por hoy de ventajas y comodidades, que en siglos pasados solo estaban al alcance de unos pocos privilegiados.
Una gran masa que no incluye a toda la población, porque si nos situamos en la realidad actual, esta jornada laboral de 8 horas no ha alcanzado a todas las capas poblacionales en los países avanzados y está muy lejos de ser la norma en los países en vías de desarrollo.
Los informes de International Labor Organization son poco optimistas: jornadas laborales de 16 horas y trabajo infantil prevalecen en los países menos desarrollados. Las niñas abandonan la escuela antes que los niños para ayudar a sus familias. Los estudios indican que se avanza lentamente hacia un mundo mejor, pero la gran pregunta ahora es si esta Cuarta Revolución Industrial, basada en Internet, hará nuestra vida mejor o barrerá los derechos conseguidos durante las anteriores revoluciones de forma, además, completamente silenciosa. Y el gran contrasentido en ella es que cada vez disponemos de menos tiempo libre porque la línea divisoria entre trabajo y descanso es cada vez más fina.
Esta nueva era necesita trabajadores de alto nivel de cualificación y no hay tantos, por lo que esos trabajadores tienen una presión enorme para ser productivos y pasar el mayor número de horas posibles en su puesto de trabajo. Las empresas más admiradas y deseadas para trabajar en el mundo no existían hace 15 años. Analizando sus prácticas de gestión de personas, se descubre que todas hacen malabarismos para conseguir que sus empleados se queden, aunque sea una hora más. Para ello ofrecen toda clase de comodidades: comida gratis, servicios que facilitan la conciliación trabajo-vida personal, espacios de descanso donde el trabajador puede pasar el tiempo que quiera, oficinas maravillosas y acogedoras… Todo está orientado a que el trabajador sea lo más productivo posible y durante el mayor tiempo posible, a que trabaje mucho y bien y, además, de forma entusiasta.
Esta tecnología que tanto nos facilita la vida, ha conseguido que nos sea imposible desconectar y que pasemos horas, que deberían ser de descanso, conectados a móviles, tablets y ordenadores. También, que vayamos de vacaciones preocupadísimos si en el lugar elegido no hay wi-fi para estar accesibles y poder resolver cualquier cuestión laboral que pueda surgir. Nos parecería inconcebible que nuestro jefe llamara a nuestra puerta a medianoche para pedirnos alguna información, pero responderemos rápidamente a cualquier mensaje enviado por él a nuestro móvil, por muy intempestiva que sea la hora o el día y sin pararnos ni tan siquiera a pensar si eso es razonable.
Según un estudio realizado por Gallup en 2017, la gran mayoría de la población mundial se mantiene conectada a algún dispositivo móvil mientras permanece despierta. Seguro que los trabajadores miraban con mala cara a los directores de aquellas empresas de 1919, pero ¿quién mira hoy con mala cara al tirano digital que descansa en nuestro escritorio?
La gran ironía es que esta gran Revolución Tecnológica ha conseguido devolveros a jornadas de 16 horas, pero con la diferencia de que ahora no vamos a la huelga, ni paralizamos completamente nuestra ciudad durante tres días. Porque para eso, lo primero que tendríamos que hacer, es ponernos en huelga contra nosotros mismos, desconectar nuestro móvil y apagar el WI-FI, algo que hoy sería absolutamente revolucionario.
La tecnología y la conectividad son ahora nuestros mayores tiranos y lo son porque los recibimos con los brazos abiertos. Es el momento de poner límites racionales al uso de la tecnología, tanto desde las administraciones y organizaciones, como desde el sentido común. Llegar a las 8 horas de jornada laboral fue un logro impresionante. Ahora toca no perderlo. Depende de todos y cada uno de nosotros.
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