Coronaefectos e identidad global

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Por Patricia Llaque – Profesional de las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones

En 2014 sale a la luz el libro de los historiadores de la ciencia Naomi Oreskes (Harvard) y Erik M. Conway (NASA) «El Colapso de la Civilización Occidental», donde se aventuran a describir el mundo de 2093. Dicho colapso es atribuido a la incapacidad de los gobiernos democráticos por revertir el proceso del cambio climático, causa de una creciente crisis alimentaria y del surgimiento de pandemias, entre otras consecuencias. Curiosamente, en la obra, China es la única superpotencia que sobrevive gracias al giro drástico en materia energética y a un gobierno centralizado y autoritario que ejerce férreos controles a la población.

Es decir, teniendo en cuenta la complejidad organizativa de las sociedades actuales, Oreskes y Conway plantean la posibilidad de que la supervivencia ante grandes desastres aumente con aparatos estatales enérgicos; esto es, con una cierta pérdida de valores políticos democráticos, entendidos ahora como fundamentales. El libro alerta así de la necesidad de incorporar globalmente ciertas regulaciones estrictas con el fin de salvar a la civilización de las consecuencias del cambio climático.

El escenario imaginado por Oreskes y Conway recuerda que ante cualquier catástrofe es necesaria una cohesión, casi sincronizada, entre individuos que salvaguarde el bien común por encima de intereses particulares, generalmente  imprevisibles. Estaríamos hablando de un mayor control social capaz de mantener el orden, lo que conllevaría a su vez una mejor regulación de los propios impulsos.

¿Se podría establecer un paralelismo entre el anterior planteamiento y el modo en el que algunas sociedades están gestionando la crisis del coronavirus?

Las distintas formas de abordar esta pandemia alrededor del globo, evidenciadas por las diferentes políticas públicas y las normas culturales, son producto de la gran diversidad existente entre seres humanos. La normativa social es nuestro sello de identidad y su nivel de permisividad vibra acorde con cada cultura. Estamos tan influenciados por estas reglas y convenciones que existen estudios que demuestran cómo incluso niños de muy temprana edad no solo las cumplen sino que desaprueban y castigan a los trasgresores. Asimismo, diversas investigaciones nos permiten afirmar que las normas sociales han evolucionado con la finalidad de establecer lazos de unión, colaborativos y coordinados, que nos permiten superar grandes dificultades.

Normas sociales, fundamentos del orden social y de nuestra supervivencia

Según refiere el antropólogo Joseph Heinrich en su obra «The Secret of Our Success: How Culture Is Driving Human Evolution, Domesticating Our Species, and Making Us Smarter» la cultura, la cooperación y las normas sociales están detrás de nuestra supervivencia como especie. Promover instituciones y normas que fomenten la cooperación y el establecimiento de lazos de confianza garantiza dicha supervivencia frente a situaciones desfavorables. Cierto es también que cuando no se comparte dicha normativa social pueden surgir grandes conflictos.

Muchas de las grandes diferencias que se están poniendo de manifiesto en la gestión de esta coronacrisis se deben a las dicotomías existentes entre: libertad y restricción, tolerancia o firmeza. Orden y previsión conlleva mayor severidad y vigilancia, también un grado menor de apertura, de adaptabilidad y de creatividad. Vemos como ventajas coexisten con inconvenientes. También lo harían si consideramos el caso contrario, dígase, desorden e imprevisibilidad…

No cabe duda, nos movemos entre el deseo de la tan ansiada libertad y de la seguridad que nos ofrecen las restricciones sociales para vivir en sociedad. Ello impregna nuestras experiencias diarias. Y este es el gran desafío: velar por la seguridad sin vulnerar libertades y derechos fundamentales.

Estudios estadísticos sobre la evolución de la cultura explican que, a lo largo de la historia, las culturas autoritarias y severas surgen como respuesta al elevado número de amenazas ya sea por factores naturales –desastres, escasez de alimentos, enfermedades– o por causa humana –invasiones, guerras, conflictos internos-. El control social ha sido clave para instaurar el orden que garantiza protección y seguridad. Por contra, los contextos menos amenazantes pueden permitirse ser más laxos ya que no es necesario coordinar y supervisar esfuerzos colectivos ante situaciones que puedan afectar a su supervivencia.

Hemos visto que la gestión de esta pandemia ha requerido, en mayor o menor medida, una actuación centralizada para fortalecer y mantener el orden interno aún en detrimento de ciertas libertades personales.

Presiones evolutivas: unidad y colaboración

Es evidente que esta pandemia ejerce presiones evolutivas que reclaman nuestra unidad y colaboración con el fin de evitar conductas de riesgo que impidan respuestas eficaces. Somos testigos de las amenazas a la sostenibilidad del planeta que la coronacrisis revela aún de forma más patente: problemas ambientales y limitación de recursos, crisis financiera y económica y graves problemas sociales derivados de la desigualdad.

Volviendo al relato visionario de Oreskes y Conway y sabiendo que, cuando muchos de los seres humanos volvamos a percibir que ya no existen amenazas reales, volveremos a priorizar nuestros intereses individuales sobre el bien común,  debemos empezar a plantearnos: ¿Cómo negociar con nosotros mismos y con los demás para crear una identidad global que nos permita colaborar de forma planetaria antes desafíos comunes como los que estamos viviendo?


Sobre el autor:

Patricia Llaque
Profesional de las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones, con experiencia en empresas y organizaciones internacionales. Máster en Neuropsicología Clínica y Máster en Ciencias Cognitivas. Trabaja en la intersección de la Inteligencia Artificial y la Psicología Cognitiva y del Comportamiento, con énfasis en la investigación del impacto de la tecnología sobre el desarrollo humano. Su trabajo se focaliza en la consecución de  nuevos valores y propósitos dentro de una cultura organizacional basada en la persona. A través de su marca registrada OnWell participa también en la divulgación de la ciencia y la investigación, dando visibilidad a referentes femeninos, y en el acercamiento al lado más amable de la tecnología, a aquellos algoritmos y soluciones que se diseñan bajo el prisma de la ética social y la sostenibilidad.

 
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