Ojo, el teletrabajo no es el paraíso que todos creemos

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Por Lucy Kellaway (Reino Unido), Columnista de Management en Financial Times

Recientemente, dos de mis viejas amigas le han tomado una fuerte aversión a sus trabajos. Las dos reportan los mismos síntomas: desilusión, apatía y la convicción de que el trabajo carece totalmente de sentido.

teletrabajo

Estas dos son parte de un grupo de cuatro de nosotras, todas las cuales hemos tenido largas, estables y generalmente felices relaciones con nuestras empresas. Entre las cuatro hemos acumulado alrededor de 110 años de servicio.

¿Por qué será, me pregunto, que estas dos en particular están tan hartas, mientras que las otras dos estamos bien? No parece ser el trabajo mismo. Todas tenemos empleos relativamente estimulantes. Tampoco es la presión. Todas somos veteranas en manejar eso. Lo que creo que les aflige es precisamente lo que se suponía las hubiera liberado: trabajan principalmente desde su casa.

Una tiene un cargo importante en una gran organización que le permite aparecerse en el trabajo apenas una vez al mes. La otra es una editora que va a la oficina aun con menos frecuencia. Esta libertad las había hecho insoportablemente complacientes cuando comenzaron a trabajar desde su casa hace como una década. Eran flexibles y modernas. Podían jugar al tenis a mitad de la tarde, despachando el trabajo eficientemente cuando les convenía.

Diez años más tarde, el cinismo y la inutilidad que sienten ahora pudiera ser el resultado de haber pasado demasiado tiempo en pantuflas en el estudio de casa.

Bajo esas condiciones, todos los empleos con el tiempo comienzan a perder importancia. En contraste, si uno está laborando con personas que hacen lo mismo, se convencen unos a otros de que lo que hacen vale la pena. Desde mi silla, rodeada de personas que todas trabajan para el Financial Times, la importancia del periódico luce enorme. Y también, la importancia de quién se ha llevado mi taza de café, y quién será ascendido o despedido. Esas cosas estúpidas no son nada estúpidas. Son los que nos enlazan en un esfuerzo compartido.

Sin embargo, cuando le sugería a una de mis amigas que la respuesta era ir a la oficina, me miró como si yo me hubiera vuelto loca. No había forma, me dijo, en que pudiera soportar la agotadora trivialidad de la vida de oficina. Posiblemente su hostilidad prueba que estoy equivocada. Pero no lo creo. Creo que prueba lo duro que es regresar. Porque el ritmo del trabajo de oficina es tan poco natural, que una vez que uno lo abandona, es casi imposible agarrarlo de nuevo.

A la misma vez que pienso en mis amigas que envejecen, me he estado preocupando por los jóvenes. Hablaba la semana pasada con un recién graduado que había conseguido recientemente un gran puesto de investigador para una compañía de televisión, pero cuando le pregunté cómo le iba, hizo una mueca. El trabajo era bueno, pero no había oficina a donde ir, así que pasaba su tiempo en su dormitorio, en casa o en los cafés. Casi no conoce a las personas con quienes trabaja, y con nadie a quien imitar, tampoco está aprendiendo mucho que digamos.

Cuando, hace un par de años, Marissa Mayer les dijo a los empleados de Yahoo que renunciaran a sus pantuflas y vinieran al trabajo, el mundo se viró contra ella. Pero no solo tenía razón, sino que tenía más razón de lo que ella misma pensaba. Ella dijo que las personas tenían que venir a la oficina para poder colaborar y ser innovadoras, pero la verdad es aún mayor que eso. Nos hace falta ir a la oficina por cinco razones más: para convencernos de que lo que hacemos tiene algún propósito, para sentirnos humanos, para ayudarnos a aprender, para darnos un sentido del trabajo como algo diferente del hogar… y para facilitar el flujo del chisme.

Pero a pesar de todo eso, la manía del trabajo en casa sigue creciendo. Sin embargo, la razón pudiera ser no lo que pensamos; no tiene nada que ver con conveniencia, o hasta con ahorrarles dinero a las empresas en alquiler o cuentas de electricidad. Según un estudio publicado en la última edición de la Academy of Management Discoveries, la más poderosa razón por la cual las personas trabajan desde cas no es porque facilita la vida familiar o crea ahorros en viajes a la oficina, es porque otros lo están haciendo.

Los investigadores les preguntaron a empleados en una gran empresa tecnológica estadounidense por qué no venían al trabajo, y encontraron que era porque no les gustaba aparecerse en una oficina en la cual la mitad de sus colegas no estaban allí, por lo cual ellos optaban por no ir tampoco. La conclusión es preocupante: trabajar desde casa parece estar fomentando un insalubre momento propio, metiéndoles soledad a las personas sin beneficiar a nadie.

Estoy incómodamente consciente de la ironía de escribir esta columna. Mientras escribo estas palabras, no estoy rodeada de colegas. Estoy sentada en mi cama, sola. Pero eso no es porque no creo en lo que escribo. Es porque tengo una cita en la ciudad y no tiene sentido ir al trabajo primero. Teletrabajar está bien para algunas personas algunas veces. Pero para la mayoría de las personas la mayoría de las veces es la política progresiva más retrógrada que jamás se haya inventado.

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