Por Javier Martínez Aldanondo (Chile), Gerente de Gestión del Conocimiento de Catenaria jmartinez@catenaria.cl
Indiscutiblemente, nuestra vida está organizada alrededor del saber. Nadie te contrata para un trabajo sin revisar tu curriculum y verificar lo que sabes (qué carrera y en qué universidad estudiaste). Todos los países han establecido 12 años de enseñanza obligatoria pero el colegio ha terminado imitando al concurso Quien quiere ser millonario al convertirse en una interminable sucesión de saberes (asignaturas) que todos los niños deben dominar, aunque inmediatamente olvidan casi todos esos conceptos. Para el sistema educativo, aprender no es prioritario ya que evalúa el resultado pero no el proceso. Nadie pregunta a un niño qué aprendió sino cómo le fue, qué nota sacó. Y la tendencia no hace más que acentuarse. La industria educativa nos bombardea con todo tipo de productos y nos tiene convencidos de que si no estudias al menos un Master, no tienes futuro laboral. Incluso socialmente, ser considerado una persona culta (haber leído libros y autores clásicos y saber muchas “cosas”) sigue siendo muy valorado. Sin embargo, la hegemonía del saber comienza a tambalearse. El responsable de RRHH de Google reconoce que, para su empresa, el expediente académico no sirve de nada. El Media Lab del MIT (uno de los centros de investigación más prestigiosos del mundo) contrató como director a un experto sin título universitario. Steve Jobs en Apple o Amancio Ortega en Zara, demostraron cómo crear y liderar multinacionales sin estar respaldados por esos saberes intelectuales aparentemente imprescindibles.
¿Por qué podría ser más importante aprender que saber? La primera razón es obvia: solo sabes algo si antes lo aprendiste. No hay conocimiento sin aprendizaje previo. La segunda razón pasa más desapercibida: El conocimiento tiene fecha de caducidad. Tarde o temprano, lo que sabes va perdiendo vigencia. Recuerden los casos de Blackberry o Kodak. Ambas empresas disfrutaron de un saber (conocimiento) que les permitió liderar sus mercados ejerciendo un dominio aplastante. Sin embargo, las dos han desaparecido de la cúspide porque ese saber se estancó, no evolucionó y otros competidores con nuevos conocimientos más avanzados las sobrepasaron.
No hay duda de que saber es importante, sobre todo cuando eres el único que sabe y ese saber permanece inalterable. Pero dormirse en los laureles con lo que sabes puede ser letal. El refrán “Pan para hoy y hambre para mañana” lo ilustra a la perfección. Desde el momento en que el mundo cambia a velocidades vertiginosas, puedes estar seguro de que cada vez falta menos para que lo que sabes sea sustituido por otro conocimiento más innovador. En ese caso, la única alternativa posible es aprender.
¿Cómo diferenciar aprendizaje de conocimiento? En la película de Quentin Tarantino Kill Bill Volumen 2, la protagonista Uma Thurman llega a un monasterio dirigido por un legendario maestro de artes marciales. El monje le demuestra cómo atravesar una gruesa tabla de madera con un golpe de puño y le ordena severamente que practique hasta que lo consiga. La nueva pupila comienza a ejercitarse y durante el extenuante proceso, se rompe los nudillos, sangra y sufre enormemente. Más adelante en la película, la misma protagonista es enterrada viva en un ataúd de madera y cuando despierta, se da cuenta de que la única manera de salir con vida es rompiendo el ataúd a puñetazos (lo que hace mientras suena música de Morricone). Aprender es todo lo que haces antes de tener un problema y te exige motivación, sacrificio, constancia, tiempo y mucha práctica. Eso es justo lo que Uma hace desde que llega al monasterio para aprender a romper la madera con el puño. No hay teoría, solo práctica. Gestión del conocimiento es lo que haces cuando tienes el problema, que es lo que le ocurre cuando se encuentra sepultada. Si llegado el momento no tienes conocimiento, no puedes resolver el problema (sobrevivir) y en ese caso mueres. Pero claro, para tener conocimiento, anteriormente has tenido que dedicar un colosal esfuerzo a aprender ya que no hay conocimiento sin aprendizaje. El saber solo llega como consecuencia de aprender.
Cada vez que doy una conferencia, llevo un cubo Rubik y ofrezco un cheque de 1 millón de dólares a cualquier miembro de la audiencia que sea capaz de resolverlo. La inmensa mayoría reconoce que, por más que quieran ganar el premio, carecen del conocimiento para hacerlo. Los problemas no existen, lo que falta es conocimiento para solucionarlos. El campeón mundial de Rubik necesita apenas 5 segundos para resolver el cubo. Claro que para ello, ha dedicado un sinfín de horas a aprender, a practicar. Una vez que cuentas con el conocimiento, los problemas pasan a convertirse en tareas que solo te demandan tiempo. Cuando escribí La vida es una sucesión de cubos de Rubik, me refería a que aunque domines perfectamente un cubo, puedes estar seguro que pronto ese cubo te lo van a cambiar, se va a complejizar porque cambiará el mercado, la competencia, la tecnología, la legislación… y por tanto, lo que sabes ya no te servirá. La única manera de adaptarte y seguir vigente será aprendiendo cosas nuevas. Cambiar es sinónimo de aprender. Innovar significa aprender.
Aprender está íntimamente relacionado con el pasado porque es lo que tuviste que hacer para acumular saber. Pero también condiciona el futuro porque todo lo que hagas de ahora en adelante depende de tu capacidad para aprender. Aprender, al igual que comer o dormir, es algo que necesitarás hacer durante toda tu vida. El conocimiento, sin embargo, tiene que ver con el presente, es lo que te permite tomar decisiones y actuar, aquí y ahora. Si te proyectas a medio o largo plazo, para tus planes de futuro, aprender es más importante que saber.
Si aprender es tan importante, entonces resulta imprescindible saber cómo se aprende. Cada vez que pregunto cómo aprendemos, pasan 2 cosas curiosas: primero, los interrogados dudan mucho antes de responder, como si nunca se hubiesen hecho la pregunta. Y segundo, su respuesta reproduce fielmente el modelo adquirido en la escuela: Haces un curso dirigido por un profesor, te entregan los contenidos, estudias… Afortunadamente, también aquí las cosas están mejorando. Hace 2 semanas, pregunté a los participantes en un taller de innovación ¿cómo se aprende? y para mi sorpresa, y con toda naturalidad, respondieron “Haciendo”. Si el proceso de producción de conocimiento se llama aprendizaje, más vale que te conviertas en un experto en el arte de aprender porque tu vida depende de ello. Pero ojo, no confundamos aprender con estudiar. Aprender es el mejor ejercicio para el cerebro. La característica que nos hace más humanos es la habilidad de aprender. En EEUU, se habla ya del concepto de “Learning agility” (agilidad o flexibilidad para aprender) como la principal cualidad de un profesional del siglo XXI.
¿Por qué le damos mayor relevancia al saber que al aprendizaje? Muy simple: por pereza. Queremos disfrutar los beneficios del saber sin hacer el esfuerzo de aprender. Ansiamos el resultado pero no estamos tan dispuestos a realizar el sacrificio del proceso. Todo el mundo quiere tener un cuerpo perfecto pero muy pocos quieren moderarse con la comida o hacer ejercicio a diario. El saber te entrega estabilidad y seguridad. Cuando eres reconocido por lo que sabes, tienes pocos incentivos para aprender. Con el paso del tiempo, es inevitable acomodarse, perder el hambre de progresar y la emoción de descubrir cosas nuevas. Dado que aprendemos aquello que nos apasiona, la motivación emerge como un factor fundamental. Por eso mismo, un profesor tiene que estar enamorado de su rol porque de otra manera no puede entusiasmar a sus alumnos. Es necesaria una gran dosis de curiosidad, cansarse de lo que sabes y aburrirse de hacer siempre lo mismo para estar abiertos a innovar. Una persona con actitud siempre corre con ventaja: tiene voluntad de aprender y un enorme futuro mientras el resto tienen sobre todo pasado. El actor Will Smith confiesa “Siempre he considerado que tengo un talento promedio pero en lo que si destaco es en una obsesión enfermiza para la práctica y la preparación”. Cuando alguien tiene capacidad de aprender, puede llegar a saber cualquier cosa. Pero si te quedas únicamente con lo que sabes y no sigues aprendiendo, bien porque no te interesa o porque no tienes la humildad de reconocer que no lo sabes todo, corres un riesgo mortal. La verdadera ignorancia no es la falta de conocimiento sino negarse a aprender. Si tienes que escoger, es más valiosa la capacidad de aprender (que genera nuevos saberes continuamente) que la de aferrarse a un solo saber y tratar de explotarlo.
Hace algunas décadas, en España se hizo muy famoso un anuncio en televisión impulsado por la industria del lujo cuyo eslogan era “Un diamante es para siempre”. Desafortunadamente, nada es para siempre. Saber es fundamental pero aprender lo es mucho más porque no existe saber si no hay un proceso de aprendizaje anterior. Al ritmo al que cambia la sociedad, si dependes únicamente de lo que sabes, rápidamente te deprecias, pierdes vigencia y valor. El único remedio para evitar anquilosarte es aprender. Para el presente, el conocimiento es esencial. Para el futuro, aprender es la clave. El escritor Mario Benedetti lo expresó espléndidamente “Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto, cambiaron todas las preguntas». No puedes dejar de aprender. La buena noticia, como plasma en un libro reciente el tío y entrenador de Rafael Nadal, es que todo se puede aprender. Va siendo hora de cambiar el “tanto sabes, tanto vales” por el “tanto aprendes, tanto vales”. Por cierto, ¿ayer aprendiste algo?