Por Carolina Bellora (Argentina), Consultora en Capital Humano, especialista en gestión del cambio y desarrollo de talento
En pleno auge de las prácticas para mejorar el clima y la motivación de las personas en las organizaciones, no deja de sorprenderme la cantidad de profesionales con los que dialogo cotidianamente que se sienten abatidos y desilusionados con sus trabajos. Y no me refiero a la nueva generación Y , cuyos comportamientos y demandas están desafiando las prácticas para alinear, motivar y gestionar a las personas. Me refiero a profesionales experimentados, exitosos, con estupendas habilidades, que llegan a rastras a sus oficinas. Se obligan diariamente a ponerse el traje y la corbata y fingen una sonrisa cuando salen de ascensor. O aquellos que, luego de obtener el “puesto de sus sueños”, no pueden dejar de pensar cuánto odian su trabajo, mientras se imaginan vendiendo cocos en una paradisíaca playa caribeña.
Es altamente probable que estos profesionales desmotivados se estén esforzando sin propósito en un trabajo equivocado. No se quejan para no parecer desagradecidos (sus trabajos
realmente son muy buenos) o locos (muchas veces son envidiados por colegas y amigos), o bien para no perder su puesto (¿Qué pensaría su jefe si se entera que odian su trabajo?). Así, se limitan a subsistir y en el mejor de los casos a buscar alguna solución mágica que les permita mejorar su vida laboral.
¿A qué se debe tanta desmotivación? ¿Por qué sienten que han fracasado si a la vista de su entorno laboral, social y familiar son personas exitosas?
La ilusión del ascenso
La mayoría de los profesionales depositan sus expectativas de realización laboral en factores extrínsecos como un aumento de sueldo, una oficina más linda, más estatus o un cambio de empresa. Sin embargo, la mayoría de los psicólogos organizacionales que han dedicado su vida al estudio de la motivación humana coinciden en un hecho tan simple como desconcertante: lo que realmente nos motiva está relacionado con el trabajo en sí, con el desafío, con el sentido de logro y transcendencia que acompaña cualquier actividad en la cual nos sentimos genuinamente comprometidos.
Pensar que como profesionales nos sentiremos plenos y motivados cuando finalmente nos den ese ascenso tan esperado es mentirnos a nosotros mismos. El efecto de corto plazo de los factores extrínsecos puede engañarnos y hacernos sentir motivados por un tiempo (en realidad es sólo la alegría de haber eliminado la insatisfacción, lo cual es efímera). Luego volveremos al mismo estado de abatimiento si el trabajo que hacemos no nos gusta, y encima la pasamos mal haciéndolo.
La apuesta a la verdadera motivación
¿Qué debemos hacer entonces? Encontrar el trabajo que nos provea un “generador interno” interno de motivación. Mas fácil decirlo que hacerlo, encontrar el trabajo correcto requiere de todo un proceso de reflexión y sinceramiento con nosotros mismos en relación a lo que nos gusta hacer, a lo que somos buenos haciendo y a lo que realmente nos divierte hacer.
Hacer lo que nos gusta
A menos que sea ilegal o represente un riesgo a nuestra salud física o mental, deberíamos hacer lo que nos gusta. Si lo que nos gusta además agrega valor a una organización, es productivo y útil, esa debería ser nuestra carrera. También deberíamos preguntarnos que no nos gusta hacer, de manera de poder delegarlo o contratarlo. Y lo mismo cuestionarnos con qué tipo de personas nos gusta o disgusta trabajar, y qué tipo de cultura organizacional saca lo mejor de nosotros en el trabajo. Y por favor, no me digan que no hay nada que les guste hacer. Si les resulta difícil contestarse esta pregunta piensen que estaban haciendo cuando se sintieron más que feliz que nunca en su vida laboral. ¿Podrían volver a hacerlo ahora?
Dedicarnos a lo que somos buenos
¿Alguna vez se preguntaron qué es lo que hacen realmente bien? Es sorprendente la cantidad de personas que pasan años intentando ser buenos en algo para lo que son malos en vez de mejorar aquello en lo que somos buenos (mis 4 años de entrenamiento en tenis lo atestiguan). Si les resulta difícil dilucidar aquellas cosas que hacen bien pueden intentar preguntarles a otras personas de su confianza cuáles son sus fortalezas. Esta pregunta les ayudará a identificar las habilidades que ustedes mismos podrían no valorar porque les parecen fáciles de desempeñar. Otra pista pueden encontrarla preguntándose en qué cosas no pueden mejorar sin importar el esfuerzo que hagan. La respuesta les indicará en qué cosas no deben perder más tiempo (en mi caso, aprender a jugar al tenis).
Divertirnos trabajando
Divertirse en el trabajo parece toda una contradicción. Después de todo, nos pagan por realizar determinadas tareas y obtener resultados, no por divertirnos. Sin embargo, ya no quedan dudas que las personas se desempeñan mejor cuando se divierten. Se están esforzando (el esfuerzo es casi un sinónimo de trabajo) pero lo hacen en un estado de excitación, no sintiéndolo como un castigo. El objetivo debería ser lo que Mihaly Csikszentmihalyi llama “el flujo”, el estado en el que una persona está tan cautivada con lo que hace que pierde la autoconciencia. Podemos trabajar duro, pero también podemos disfrutarlo.
Olvidémonos por un rato de lo que las empresas tienen para ofrecernos y comencemos a pensar en aquellas cosas que nos gusta hacer. Tendremos más oportunidades de que el dinero y el éxito nos alcance cuando disfrutamos de lo que hacemos que cuando padecemos nuestros trabajos.