Por Jorge Palacios Plaza
Director de ITACA, Global Learning & Development.
Un plan de entrenamiento focalizado en inteligencia emocional nos permite percibir y regular nuestras emociones y las de los demás desde un doble escenario: el personal y el profesional.
Tradicionalmente, hemos escuchado que las emociones no tienen el mismo valor que el pensamiento racional. Afortunadamente, el mundo es diferente y en este nuevo mundo de complejidad y diversidad también debemos cambiar la manera de ver las cosas: ¿las emociones solamente debemos de explicitarlas en nuestro mundo personal e íntimo y privado o también podemos –y debemos- llevarlo a los territorios profesionales y laborales?, ¿somos mejores profesionales si dejamos de lado las emociones?, ¿las decisiones y la manera y forma en que las tomamos son única y exclusivamente lógicas, racionales y cognitivas?.
Las emociones juegan un papel definitivo y clave en las relaciones con uno mismo y con los demás en el área profesional: las habilidades relacionadas con el liderazgo, el trabajo en equipo y la negociación entre otras muchas así como nuestros comportamientos derivados de la proactividad y la iniciativa, nuestra seguridad y autoestima, y la auto responsabilidad y la confianza en uno mismo y en los demás son al fin y al cabo las que nos hacen hacer lo que hacemos, las que nos guían, nos mueven y nos motivan, las que nos provocan hacer las cosas correctas en términos de eficacia y eficiencia. Estas habilidades parten desde uno mismo de patrones, comportamientos y conductas intrapersonales: del grado de autoconocimiento que tenemos de nosotros mismos, de nuestros propios valores, de “querer hacer” las cosas y de lo que sentimos al hacerlas, del nivel de esfuerzo, persistencia y autodisciplina mostrado… de una actitud ante un reto o un desafío. Incorporar no sólo nuestros conocimientos técnicos y humanísticos, sino también nuestra intuición “trabajada” y sobretodo nuestra experiencia emocional-vital es imprescindible si queremos que las habilidades que he tomado como ejemplo anteriormente y las actitudes positivas hacia el marco profesional sean lo más efectivas posibles. Tomar decisiones correctas es saber relacionar el razonamiento lógico y deductivo con la emoción “sensitiva e intuitiva”.
¿Hasta qué punto es entrenable la inteligencia emocional?, ¿se pueden observar a corto plazo resultados contrastables? El aprendizaje emocional funciona de manera diferente al aprendizaje del profesor “inteligente” (en palabras de Howard Gardner) que expone, induce y deduce. Aprender datos y conocimientos lleva un tiempo más o menos corto o prudencial. Sin embargo, aprender qué son las emociones, cómo se originan, cómo las percibimos, qué respuestas generamos en torno a ellas, cómo podemos comprender las sensaciones que nos provocan, qué herramientas tenemos a nuestra disposición y cómo manejarlas para tomar decisiones gracias a ellas combinando también el hemisferio racional, es una tarea bastante más compleja que requiere bastante más tiempo de sensibilización, incubación y transformación de la persona ante el entrenamiento.
Esto nos lleva a reflexionar si en las Escuelas de negocios y centros de formación ejecutivos los facilitadores estamos haciendo las cosas bien cuando se nos pide un curso de inteligencia emocional de entre 8 y 16 horas. Ya de por sí es un avance muy positivo en estos espacios que haya una cierta sensibilización – bien porque se percibe los beneficios de estas prácticas, bien porque es un asunto de moda o simplemente por una expresión comparativa de que sus competidores ya se han instalado en este tipo de disciplinas-. Sea lo que fuere, avances significativos “haber los hailos”. Sin embargo, si conseguimos entre todos los agentes de cambio involucrados (directivos, áreas de capital humano, facilitadores, profesores y coachers entre otros) despertar más sensibilidad hacia el territorio de las emociones, sensibilizando e implicándonos más, formándonos más y cambiando ciertas actitudes inmovilistas, podemos entonces replantearnos entre todos los propósitos de un aprendizaje orientado al mundo afectivo que cobre sentido y oportunidad para “… tratar de buscar y emprender la creación sentimental y con ello cambiar el rol de náufrago haciéndole navegante” (en palabras de José Antonio Marina). De hecho, en las escasas ocasiones que he podido realizar procesos de aprendizaje más ambiciosos en tiempo, lugar y forma, combinando aula, con aprendizajes experienciales y coaching se observa un enriquecimiento mayor para los participantes: crecimiento en sus habilidades de escucha activa, empatía y comunicación interpersonal al tiempo que sus conductas agresivas intolerantes se reducen ostensiblemente incrementándose el respeto al otro desde la diferencia. El desempeño laboral sin duda aumenta.
Tratar en serio un entrenamiento en inteligencia emocional no es sólo impartir un curso de ocho ó dieciséis horas. Es algo más, debe ser mucho más… y de otro orden.