Por Rolando Arellano Cueva – Presidente de ARELLANO y Profesor en Centrum Católica
La columna de hace dos semanas sobre las perspectivas de la jubilación (“Los sixty-fivers”), cuyo límite de 65 años fue fijado en 1889, suscitó diversos comentarios y en otros medios. De hecho, contrariamente al esperable rechazo por tratar un tema poco agradable, mayoritariamente se decía que es un problema que debe enfrentarse. Y que su importancia va más allá de la discusión sobre la manera de administrar los fondos.
¿Cómo mejorar los fondos de jubilación?
Entre las muchas propuestas, la menos popular fue la del incremento de los aportes actuales, pues impediría cubrir las obligaciones presentes. Más bien, a regañadientes pero realistamente, parece aceptarse la idea de trabajar por más tiempo. Esto, porque hoy los trabajadores tienen más fuerza que la que tuvieron sus padres a su edad de retiro y porque no quieren depender de la ayuda de sus hijos, como se acostumbraba antes y ocurre todavía en grupos menos favorecidos.
Pero a quienes me escribieron les queda claro que tampoco son tan jóvenes, y que el trabajo adicional a partir de los 65 debería ser de menor intensidad, a tiempo variable y en ocupaciones de mayor reflexión, como las de guía y educación.
Eso, dicen, es interesante no solo por razones económicas, sino también porque los mantendría al día, activos y saludables. En este punto, sin embargo, se quejan de que la sociedad, en lugar de reconocer su experiencia, incluso da leyes (como en las universidades) prohibiéndoles seguir siendo útiles.
Paralelamente, aceptando que el problema central es que lo que se ahorra hoy es insuficiente para la calidad de vida que se desea moto y no mecedora, se discute la calidad de administración de los fondos de retiro.
Allí, la queja es sobre las exiguas pensiones (en la ONP culpan a la corrupción estatal), los bajos rendimientos de las AFP (el 2018 como ejemplo), los montos de las comisiones y de que sus utilidades no estén ligadas a sus rendimientos. Sin duda, esas instituciones tienen mucho trabajo por hacer.
En fin, este intercambio hace pensar en la necesidad de poner en la agenda social el sinceramiento del potencial de bienestar que se tendrá con el ahorro actual para jubilación, que será siempre insuficiente cualquiera sea la forma de administrarlo.
Así, se podrá disminuir expectativas infundadas, cambiar percepciones erradas y buscar soluciones realistas para la mayoría. Pero, por encima de todo, queda claro que la sociedad tiene hoy la oportunidad de aprovechar mejor lo que esta nueva generación de mayores puede y quiere aportar, haciendo a la vez que este grupo social disfrute más de la nueva forma de juventud que hoy tiene. Hay que buscar la manera.