Liderar Sirviendo

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Por Julio Llosa, Gerente General de Grupo Consulta

El poder en las organizaciones, puede ser entendido como la capacidad de influir en las personas y los sucesos, como la manera que tienen los líderes para extender su influencia en los demás. El poder es diferente a la autoridad, que es delegada por la gerencia de un nivel superior. El poder se gana y lo obtienen los líderes según sus respectivas personalidades, actividades y las situaciones en que operan.

El buen uso del poder en el liderazgo de servicio, modelo propuesto por Robert Greenleaf (1970), altera la típica relación jerárquica que surge del dualismo líder – servidor. El líder decide servir primero y luego liderar, expandiendo el servicio, mediante un «efecto multiplicador», a personas e instituciones.

Este modelo resalta la colaboración, la confianza, la escucha, la persuasión, la conceptualización, el sentido de comunidad, la empatía y, sobre todo, el uso ético del poder, piedra angular del comportamiento del líder como servidor.

El liderazgo de servicio, por ende, es una excelente forma de erradicar todo mito acerca de que la empresa va en contra del bienestar de las personas. Si ciertamente se tratara de ponernos todos al servicio unos de otros, la humildad tendría que convertirse en valor superior, creando una atmósfera de permanente compromiso y paz, cuidándonos unos a otros, preocupándonos por el bienestar del prójimo e inmunizándonos contra la enfermedad que provoca el exceso o mal uso del poder sobre otras personas.

Imagino, simplemente como un ejercicio intelectual, un mundo en el que se compite por ser el (la) más dedicado y el (la) más colaborador(a) con los demás. En otras palabras, el «premio consuelo» que hoy se otorga a quienes no logran el mayor rendimiento pese a su elevada inteligencia social y emocional -o «la corona de Miss Simpatía» comparada con la de «Miss Universo»- se transformaría en el premio más importante, porque ese sería el objetivo principal: SERVIR a otros.

Así, el trabajo no se asumiría como una forma de enriquecimiento personal o de estatus, sino más bien como una forma de acercamiento permanente a la autorrealización y a la trascendencia conjunta, dignificando al ser humano por su aporte en la transformación constructiva del entorno. Queda entendido el impacto que esta práctica tendría sobre la salud mental de las poblaciones y el equilibrio en el manejo del poder en las sociedades. Imaginemos el efecto que tendría en la erradicación de la corrupción, el abuso, el enriquecimiento ilícito y otros males sociales, o el beneficio sobre la erradicación del hambre, la explotación, la pobreza, la discriminación y la injusticia social.

Un mundo global requiere ciudadanos globales. Es la ruptura máxima, es el paso evolutivo siguiente en el desarrollo de la mente humana, concebida originalmente para lo tribal. Constituye el paso decisivo hacia una verdadera comunidad de personas, hacia el uso del poder como elemento transformador, y no símbolo inequívoco de estatus.

Indudablemente necesitamos ayuda para el cambio. Esa ayuda la brinda quien detenta un poder….que podríamos llamar: «limpio». El poder otorgado a su persona por la calidad de su servicio, de su aporte. Otorgado por quienes lo siguen voluntariamente y que ven en él a la inspiración que es tan difícil de encontrar en todo campo del devenir humano.

Es la persona ligada a la naturaleza, y que por su naturaleza libre de excesos, vive en paz y armonía con toda la diversidad humana y en los contextos más difíciles para el objetivo final del liderazgo de servicio. Es el líder entendido como servidor y el servicio como base del liderazgo. Es la revalorización de la persona y de su aporte. Consiste en devolver finalmente a la palabra «humano» su real significado.

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