Por Giacomo Verme, Director General, Humanitae
¿Cogito, ergo sum? o ¿Sentio, ergo sum?
Quizás uno de los factores que menos se toman en cuenta cuando en las empresas se toman decisiones en el día a día son las emociones que acompañan al proceso de toma de decisión.
Nuestra cultura occidental comparte el mito de que las decisiones importantes hay que tomarlas con la cabeza “fría”, porque cuando uno esta “caliente”, el proceso de toma de decisión se ve afectado por la carga emocional, es por eso que buscamos tomar decisiones “racionales” y nos atrevemos a pensar “con la cabeza y no con el corazón”.
La realidad es que ningún proceso mental está libre de razón o de emoción. Esta antigua división filosófica, sistematizada por Aristóteles, entre ethos, logos y pathos, sobre todo entre cognición o razón (logos) y emoción o sentimientos (pathos) ha alimentado la creencia que una persona puede sentir sin razonar o razonar sin sentir, que podemos ser “fríos” o “calientes”.
Sin duda los estados emocionales alterados generan reacciones alteradas y razonamientos alterados, de la misma manera los estados emocionales relajados generan razonamientos más elaborados. Para muestra, leamos lo que decimos: “Perdí la razón”, “se me nublo el juicio”, se volvió loco”, etc. Es fácil confundirse, pero nadie deja de razonar cuando se emociona, ni de sentir cuando toma una decisión.
El mundo científico ha batallado durante siglos, con lo que llaman el sesgo del investigador, la inclinación del científico a demostrar lo que quiere demostrar, de hecho las investigaciones tienen que ser objetivas, sino de que método científico estamos hablando. Lamentablemente ahora sabemos que esta es una batalla perdida, los sentimientos del investigador no pueden ser anulados, todos nuestros sentimientos tiñen nuestras decisiones diarias.
Entonces, si consideramos que de hecho existe una relación biyectiva entre emociones y razonamientos, si de hecho no se pueden separar y son parte constituyente una de la otra, ¿podemos pensar que las decisiones organizacionales, financieras, gerenciales, están animadas por una lógica pura?
No y mil veces no. Simplemente nuestro cerebro no está cableado para funcionar de esa manera, todas nuestras sensaciones afectan nuestro racionamiento y viceversa, desde el calor que sentimos, cuanto nos aprietan los zapatos, el popular “estrés”, si estamos contentos o tristes, motivados, con alta o baja autoestima, e innumerables mas.
Siendo esto así, ¿qué podemos pensar y sentir y de nuestra relación con el trabajo?, ¿nos gusta lo que hacemos, o solo nos gusta el dinero que nos pagan?, ¿queremos a nuestros colaboradores?, ¿sentimos algo por ellos, amor u odio?, ¿que siento por mi jefe, realmente?, ¿estoy haciendo lo que quiero en la vida?, en fin, ¿Qué quiero?
No debemos de subestimar la importancia de nuestros sentimientos cuando tomamos alguna decisión, reconocer nuestros estados anímicos nos ayuda a ser conscientes que el camino que escogemos está íntimamente ligado a nuestros aprendizajes emocionales, tanto o más de lo que aprendimos en la universidad.