Por Edwin Chávez Zavala – CEO de Siemens para Perú y Ecuador
Vivimos días particulares en Latinoamérica: manifestaciones sociales, elecciones, intermitencia en la política económica, giros políticos. Cinco países de Latinoamérica (Brasil, México, Argentina, Venezuela y Colombia) concentran el 80 % de la economía de toda la región. La economía peruana representa el 3.54 %. Su peso específico es casi intrascendente, pero su economía es una de las más sólidas y sanas. Esto lo confirman, el crecimiento proyectado de su PIB, el mejor de Sudamérica; la banca peruana, considerada una de las más sólidas; sus reservas internacionales, del orden del 27 % del PIB; y la cartera de proyectos mineros, de alrededor de 40 mil millones de dólares hasta el 2027.
Todo parece indicar que la economía peruana crecerá en los próximos años; fundamentalmente, gracias a la minería; y a la agroindustria, el comercio y la construcción de grandes proyectos de infraestructura. Eso en el marco de continuidad del modelo económico vigente desde los noventas. Pese a la volatilidad del precio del cobre (metal demandado en la tecnología) y el oro, donde el Perú es uno de sus principales productores y exportadores, se podría sostener el crecimiento. ¿Pero qué pasaría si la gestión gubernamental es incapaz de manejar los conflictos sociales en contra de la minería industrial? ¿O si la industria tecnológica encuentra algún sustituto del cobre? ¿O si la lucha de poderes hace del país un lugar ingobernable? La situación podría cambiar.
Urge realizar cambios estructurales, diversificar la matriz productiva, acelerar la modernización e institucionalización del estado, invertir en infraestructura, luchar contra el flagelo de la corrupción, mejorar la educación, respetar la ley y el orden, pero principalmente elevar el nivel de cultura. En todos esos ámbitos está la tecnología, como una herramienta eficaz de exponencial desarrollo económico, productivo, educativo y social.
Promover estos cambios deben sacarnos del cuadrante de “productores de materias primas”, con grandes desigualdades sociales y contrastes, e impulsarnos y colocarnos en el cuadrante del desarrollo. El bicentenario nos obliga a unir esfuerzos sin egoísmos, a trabajar codo a codo por el país, no solo para ser la economía más estable, sino la más desarrollada de Latinoamérica en los próximos 20 años. La tecnología, hoy por hoy, ya es protagonista y es clave en el crecimiento inclusivo.