Por Iván Alonso, Economista
La importancia de los sobrecostos laborales está indudablemente sobreestimada. Se dice que aumentan los costos de la empresa y constituyen un obstáculo para la formalización del empleo, pero se olvida que los mercados se ajustan para acomodarse a las imposiciones de la ley. El mercado laboral no es una excepción. Las remuneraciones que se pagan no son inmunes a los costos de los llamados beneficios sociales. No salen esos beneficios de la generosidad del empresario ni del sentido de justicia del legislador. La única fuente posible de donde costearlos es la productividad del mismo trabajador.
Pensemos primero en las gratificaciones: dos “sueldos” anuales que, sin embargo, no significan nada más que una redistribución de la remuneración pecuniaria que el empleador paga al trabajador a lo largo del año. El monto total tiene que guardar correspondencia con la productividad del trabajador. Se puede dividir en doce partes o en catorce, pero aunque cada parte sea mayor o menor, según sea el caso, el total tiene que ser el mismo. El trabajador sabe perfectamente cuánto va a recibir durante el año, y acepta recibirlo en partes más chicas si, en lugar de doce, le van a dar catorce.
Los 30 días de vacaciones tampoco le cuestan más al empleador que si solo fueran15. Si uno tomara menos vacaciones obviamente produciría más. Cuantos más días de vacaciones, menor es la productividad anual de los trabajadores y menores también son los sueldos que los empleadores están dispuestos a pagar. En el fondo, las vacaciones “pagadas” no son pagadas por nadie más que por el propio trabajador.
Las cosas son distintas en el caso de otros beneficios como las contribuciones de salud, pensiones y CTS (o eventualmente un seguro de desempleo). Lo que estas le cuestan al empleador no es necesariamente lo mismo que el valor que tienen para el trabajador. Los depósitos de la CTS, por ejemplo, que con el régimen actual se acumulan sin límite, tienen para el trabajador un valor actuarial (considerando la probabilidad de acceder a ellos en distintos momentos del tiempo) menor que el costo nominal para el empleador. Seguramente los trabajadores cambiarían felices los aportes a la CTS por un monto menor en efectivo y de libre disponibilidad. La diferencia entre una y otra cantidad es propiamente un “sobrecosto”. Pero no el íntegro de la CTS; solamente la diferencia.
Si la importancia de los sobrecostos está sobrestimada, las causas de la informalidad hay que buscarlas en otro lado. Quizá sean el costo y el fastidio de cumplir con los procedimientos administrativos, acatar las regulaciones laborales o lidiar con la autoridad tributaria lo que realmente empuja a la gente hacia la informalidad.
Publicado en el Diario Gestión