Carreras técnicas como motor de crecimiento

En los últimos años, las economías desarrolladas han mejorado su tasa de empleo. Entre estos países destacan Estados Unidos, Singapur, Corea y Japón.

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Por Inés Althaus Guarderas – Gerente General de CERTUS

En el caso de nuestro país, las problemáticas laborales y educativas hacen que exista una evidente desarticulación entre lo que las empresas buscan para cubrir sus requerimientos y aquello que encuentran en el mercado. Esto se evidencia cuando más de la mitad de los jóvenes que egresan de la educación superior terminan laborando en una actividad que no guarda relación con lo que estudiaron.

Debido a la situación mencionada, vemos que la educación técnica tiene un importante impacto en la productividad y competitividad de los países y las empresas. Debemos resaltar que este tipo de educación se orienta a desarrollar y fortalecer habilidades, competencias y actitudes específicas en la fuerza laboral, que sean adecuadas y que estén alineadas con el presente y futuro de las demandas de las empresas y los sectores productivos.

A todo ello se suman los retos que trae consigo la transformación digital, en que las empresas deben lograr la incorporación de personas cuya labor muestre un valor diferencial sobre las posibilidades que otorga la automatización. 

La educación superior debe perfeccionar en las personas la capacidad de seguir siendo “empleables”, en lugar de que compitan con la tecnología. La educación técnica, además de la especialización, debe lograr como resultado en sus egresados el desarrollo de “fortalezas humanas”, que incluyen habilidades blandas tradicionales, como la comunicación, colaboración y creatividad, así como la empatía, construcción de relaciones, capacidad de resolver problemas, curiosidad y el deseo de aprender.

Como sociedad, tenemos el reto de impulsar la educación superior tecnológica para mejorar la empleabilidad de jóvenes y adultos, y brindar al país profesionales técnicos calificados que aporten a nuestro desarrollo.

Sin embargo, la calidad de la enseñanza de una institución formadora se basa en su modelo educativo, que se evidencia en sus planes curriculares, en la metodología de los docentes y la posibilidad de que los estudiantes construyan una comunidad de aprendizaje como soporte a su proceso formativo.

Una sólida comunidad de aprendizaje permite a la institución educativa modificar el enfoque tradicional de la enseñanza vertical (profesor-estudiante) a un enfoque en que todos los actores aprenden entre sí (docente-estudiante, estudiante-estudiante).

Finalmente, es urgente fomentar el involucramiento y la participación de las empresas privadas en la elaboración de perfiles profesionales que sirvan de referencia para la construcción de los diseños curriculares y la definición de competencias.

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