La falta de apoyo de los directivos hacia sus empleados en momentos críticos de sus vidas provoca un desencuentro con la compañía y es una de las causas de fuga de talentos.
Por ello, todas las compañías deben mostrar la misma sensibilidad con sus colaboradores. La pérdida de un familiar, un divorcio, una enfermedad, etc. En esas situaciones la persona se siente especialmente vulnerable y necesita verse arropada por su entorno cercano. Son momentos en los que la empresa se la juega, porque si el trabajador siente que sus jefes y compañeros no están a la altura de las circunstancias, no lo olvidará fácilmente.
Señales claras
Son varios los síntomas que indican que un compañero o colaborador está atravesando por un problema personal. Nos llevamos nuestros problemas a todas partes y eso afecta a nuestro equilibrio emocional, por ello es fundamental que un jefe sepa captar que a esa persona le está sucediendo algo, que se preocupe y le ofrezca su ayuda.
Las nuevas formas organizativas como el trabajo por proyectos o el teletrabajo hacen más compleja esa labor de vigilancia. Es necesario desarrollar lo que se denomina “liderazgo virtual”. El jefe o supervisor tiene que estar muy atento a las señales. Un tono de voz apagado en una conversación telefónica, una cierta apatía o un retraso en la entrega de un proyecto en un colaborador que nunca se retrasa son indicadores de que a esa persona le puede estar sucediendo algo.
Pero no hace falta un caso de vida o muerte para que un trabajador reclame la comprensión de sus empleadores. Quizá sólo sean unas horas libres, por ejemplo, para hablar con el director del colegio de su hijo porque el niño se ha peleado. Si es importante para el profesional, que la respuesta de la empresa se limite a esgrimir el convenio o a llevar la cuenta de los días libres es una mala idea.
Oportunidad de aprender
Cometer un error es otra fuente de desazón para un trabajador, especialmente si puede acarrear consecuencias graves para la empresa. La reacción de la organización ante ese traspiés es clave. Los buenos jefes saben que el error es fuente de aprendizaje y no lo convierten en fracaso. Los verdaderos líderes saben gestionar la tristeza o la vergüenza de ese colaborador con el trato directo.