Hasta hace bien poco las empresas más valoradas eran aquellas que más trabajo estable proporcionaban, de hecho, esto era un indicativo de su “preocupación” por el personal. Esta famosa lealtad también es conocida como compromiso, apoyo, confianza, y en todas se obtenían resultados directos con la satisfacción laboral y por lo tanto con la productividad o esfuerzo personal por la empresa.
Sin embargo, uno de los mensajes claros que ha traído este vaivén de valores y creencias llamado crisis, es precisamente la declaración expresa por una gran mayoría de las empresas de que la lealtad no existe, al menos tal y como se concebía antes.
La palabra clave ahora es el talento, no solo en las organizaciones sino también a nivel personal y profesional. El nuevo colaborador ahora trabaja más que nunca sus competencias profesionales para poder tener valor en este mercado y poder incluso “negociar” con los agentes empresariales. Este es el verdadero reto actual de analizar cada profesional su perfil actual con los perfiles más demandados profesionalmente y ver de qué modo puede rellenar esa discrepancia, y así intentar ajustarse a lo que en el mercado se denomina “valor profesional”.
Por lo tanto, más que lealtad se debe hablar de responsabilidad profesional individual en nuestra marca o competencias, de coincidencia de valores, de sinergias entre los proyectos organizativos y los proyectos individuales, y de oportunidades compartidas.
Por ello, no es de extrañar que haya cada vez más profesionales del coaching ejecutivo, mentores y asesores que se han convertido en los verdaderos facilitadores hacia el cambio organizativo y de paradigma que vivimos.
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