Algunos relacionan el carisma con el liderazgo y consideran que un líder o un buen directivo tiene que ser carismático. Para Gonzalo Martínez de Miguel, autor de varios libros sobre liderazgo y director de INFOVA, el carisma es un recurso del líder pero, contar con él, no es sinónimo de tener la capacidad de saber dirigir.
Gonzalo advierte “hemos conocido líderes empresariales poco carismáticos que, sin embargo, han liderado con mucho criterio, como es el caso de Bill Gates en Estados Unidos, quien tiene mucho menos carisma del que tenía Steve Jobs y no ha sido peor líder que él. Harriet Tubman, que va a poner su cara en los billetes de 20 dólares americanos fue otra líder excepcional y sin embargo tenía muy poco carisma. Y es que liderar supone marcar una dirección e inspirar a otros para que la sigan, dando lo mejor de sus capacidades, superando incluso sus propias expectativas, sin duda un gran valor en las empresas”.
Para conseguirlo antes que con el carisma, se debe inspirar desde el ejemplo, desde la claridad, desde la convicción en las propias ideas y en la capacidad compartida de alcanzar los objetivos deseados. Demostrando integridad, vocación de servicio, carácter sólido y capacidad para superar la adversidad. “Si nos paramos a pensar, no es la falta de carisma lo que hace mella en líderes, empresarios o políticos conocidos, el problema comienza cuando se enfrentan a situaciones que cuestionan su integridad” explica el director de INFOVA.
La dignidad es faro y motor de un líder. Las mejores cabezas de esta joven disciplina recuerdan que el liderazgo es básicamente trabajo, esfuerzo y consecución de resultados. Peter Senge, una de las personas más escuchadas de la ciencia de la dirección, afirma que el liderazgo natural que observamos en algunas personas es el subproducto de una vida entera de esfuerzos. Mientras el carisma puede suponer su perdición, cuando los vuelve inflexibles, los autoconvence de que pueden llegar a ser infalibles, les incapacita para escuchar a otros y no les permite cambiar.