Encontrar comodidad en la incomodidad: Aprendizaje y Ecología del Aprendizaje

Por Carolina Posso:

Nunca imaginé que contener la respiración me enseñaría tanto sobre soltar.

La apnea es más que un desafío físico, es un diálogo interno con nuestros límites autoimpuestos. Es ese momento en el que la mente grita “¡No puedes más!”, pero el cuerpo susurra: “Solo observa, aún hay espacio”. Sumergida en esta práctica, experimenté de manera visceral la frase “encontrar la comodidad en la incomodidad”. Aprender a escuchar mi cuerpo en medio del malestar, a no reaccionar impulsivamente ante la contracción del diafragma o la sensación de urgencia, me recordó que muchas veces nuestros límites no son reales, sino historias que nos contamos a nosotros mismos. Esta experiencia resonó profundamente con mi visión del aprendizaje para la vida. La apnea me enseñó que el aprendizaje más profundo no siempre ocurre en el confort, sino en esos momentos de tensión en los que elegimos confiar, soltar y avanzar.

“La incomodidad no es un límite, es una invitación a crecer.”

La idea de “encontrar comodidad en la incomodidad” sugiere que salir deliberadamente de nuestra zona de confort puede catalizar el aprendizaje y el desarrollo. Esta noción se vincula con el modelo de ecología del aprendizaje, que concibe el aprendizaje como un ecosistema de experiencias variadas (cognitivas, somáticas, sociales) en el que los desafíos desempeñan un papel fundamental. A continuación exploro conexiones respaldadas por estudios científicos entre la incomodidad y diversos aspectos del aprendizaje, la resiliencia y el desarrollo, enmarcándolas en una perspectiva ecológica.

Incomodidad como motor de aprendizaje y resiliencia

El modelo de la “zona de confort” ilustra un círculo central de comodidad, rodeado por la zona de aprendizaje (riesgo manejable) y la zona de pánico (riesgo desbordado). Los educadores buscan llevar a los aprendices a la zona de aprendizaje sin que crucen hacia la de pánico, ya que allí es donde ocurre el crecimiento.

Imagen: Modelo de zona de confort que muestra las zonas de confort, aprendizaje y pánico.

Fuente: Adaptado de Panicucci (2007)

Numerosas evidencias indican que aprender implica salir de la zona de confort. Un estudio sobre educación emprendedora basado en el “modelo de zona de confort” encontró que “el aprendizaje ocurre cuando los participantes dejan su zona cómoda y tienen experiencias que los sorprenden, conduciendo a realizaciones novedosas”. En términos simples, situaciones desconocidas o incómodas obligan al cerebro a adaptarse: al enfrentar lo inesperado, la persona entra en una “zona de aprendizaje o crecimiento” donde lucha por desarrollar nuevas estrategias hasta que lo inicialmente incómodo se vuelve manejable. Este proceso, repetido con el tiempo, expande gradualmente la zona de confort del individuo. Por el contrario, si el desafío es excesivo e incontrolable, puede desencadenar una “zona de pánico” en la que la ansiedad abruma y el aprendizaje se bloquea. Por ello, la clave pedagógica es dosificar el nivel de incomodidad: experiencias suficientemente retadoras para estimular el cambio, pero no tan abrumadoras que paralicen.

La incomodidad moderada no solo incentiva el aprendizaje inmediato, sino que también construye resiliencia a largo plazo. En psicología, se ha observado un efecto de “inoculación” del estrés: exposiciones manejables al estrés o la difi cultad fortalecen la capacidad de afrontamiento futuro. Un estudio longitudinal clásico (2001–2004) mostró que las personas que habían enfrentado algunas adversidades en la vida presentaban mejor salud mental y bienestar que aquellas que nunca enfrentaron ninguna (o que vivieron adversidades extremas). En palabras de los autores, los eventos adversos parecen “fomentar posteriormente adaptabilidad y resiliencia” en vez de solo daños. De forma concordante, una investigación publicada en Nature Neuroscience encontró que individuos expuestos a niveles moderados de estrés desarrollaban mayor resistencia emocional y cognitiva comparados con quienes evitaban sistemáticamente cualquier desafío. Estos hallazgos apoyan la intuición de que cierta incomodidad es necesaria para desarrollar “músculo” resiliente, mientras que una vida excesivamente cómoda puede dejar a la persona psicológicamente “atrofiada” ante la adversidad. De hecho, neurocientíficos advierten que una aversión crónica al malestar aumenta la vulnerabilidad al estrés, la ansiedad y la frustración.

Estudios como los de Kelly McGonigal (Stanford) muestran que evitar la incomodidad reduce la capacidad de adaptación del cerebro, debilitando la resiliencia y fomentando una mentalidad evasiva. En síntesis, abrazar la incomodidad de forma dosificada entrena al individuo para afrontar retos mayores en el futuro, cimentando tanto aprendizaje como resiliencia.

Aprendizaje somático (e.g. apnea) y desarrollo de mentalidad de crecimiento

El aprendizaje somático –basado en el cuerpo y las sensaciones físicas– ofrece ejemplos poderosos de cómo la incomodidad cataliza el crecimiento. Un ejemplo es el entrenamiento en apnea (buceo libre a pulmón), donde el aprendiz debe adaptarse a la asfixia temporal.

Inicialmente, contener la respiración hasta el límite provoca intensas señales de malestar (elevación de CO₂, contracciones involuntarias del diafragma, impulso agobiante de respirar). Sin embargo, con práctica sistemática los apneístas logran “endurecer” sus respuestas y encontrar calma en medio de esa incomodidad fisiológica. Estudios etnográficos y fisiológicos muestran que el entrenamiento en apnea incluye técnicas de relajación y focalización para tolerar las contracciones diafragmáticas; con ello, muchos buceadores reportan que la sensación subjetiva de angustia disminuye signifi cativamente a medida que se entrenan. Este proceso de adaptación involucra cambios tanto corporales como mentales: se considera una forma de “aprendizaje perceptual” y de autocontrol interoceptivo, donde el individuo aprende a reinterpretar las señales internas de ahogo y a no reaccionar impulsivamente. En palabras de Downey (2024), superar cada “contracción” requiere un “acto ejecutivo inhibitorio de autocontrol contra el impulso de respirar”, apoyado en el conocimiento cultural y científico que el buceador adquiere sobre sus límites reales. Con guía de instructores y compañeros (una comunidad de práctica), los novatos van comprobando que pueden aguantar un poco más de lo que creían y que las sensaciones incómodas no son peligros inmediatos, sino umbrales ampliables con entrenamiento.

Esta transformación somática tiene claros paralelos con el desarrollo de una mentalidad de crecimiento. Según Carol Dweck, una mentalidad de crecimiento es la creencia de que las capacidades pueden desarrollarse con esfuerzo y aprendizaje, a diferencia de una mentalidad fija que asume talentos inmutables. Las personas con mentalidad de crecimiento tienden precisamente a buscar desafíos y ver la dificultad como oportunidad de mejora, volviéndose más resilientes ante los fracasos. Esto concuerda con la vivencia de quienes entrenan habilidades físicas difíciles: al experimentar en carne propia que la práctica y la perseverancia expanden sus límites, internalizan la idea de que no hay límites fi jos, sino potencial de progreso continuo. De hecho, investigaciones educativas muestran que estudiantes con mentalidad de crecimiento “están más dispuestos a retarse a sí mismos, creen que pueden lograr más, y se vuelven más fuertes, resilientes y creativos para resolver problemas”. Así, prácticas somáticas como la apnea fomentan una mentalidad de crecimiento al demostrar que el cuerpo y la mente se adaptan a estresores antes intolerables. Un apneísta, por ejemplo, desarrolla la convicción de que “lo incómodo de hoy puede ser la base de mi comodidad mañana si sigo entrenando”. En suma, lo somático y lo psicológico se integran: el cuerpo enseña a la mente que es posible crecer con la incomodidad, reforzando la creencia de que las habilidades (sea aguantar la respiración o aprender matemáticas) mejoran con esfuerzo deliberado.

Incomodidad, motivación intrínseca y aprendizaje experiencial

Existe una estrecha relación entre desafío óptimo, motivación intrínseca y aprendizaje experiencial. En el marco de las teorías motivacionales, varios autores han señalado que los seres humanos tenemos una inclinación a “dominar nuevas tareas y habilidades” y buscamos retos que sean significativos. Por ejemplo, la Teoría de la Autodeterminación postula que uno de los nutrimentos de la motivación intrínseca es la sensación de competencia (lograr algo desafiante). De igual modo, la teoría de flujo de Csikszentmihalyi sugiere que las personas encuentran un estado de motivación y concentración plenas cuando se enfrentan a actividades que equilibran alto desafío con alta habilidad, estirando sus capacidades sin desbordarlas. En otras palabras, los retos manejables generan interés, foco y satisfacción interna, mientras que las tareas demasiado fáciles resultan aburridas y las imposibles, frustrantes. La frase del escritor Daniel Pink, “disconfort productivo”, también resume esta idea: un cierto grado de incomodidad activa nuestro impulso por superarnos .

La evidencia experimental apoya que la dificultad adecuada potencia el aprendizaje a largo plazo, incluso si al inicio lo hace más costoso. En psicología cognitiva se habla de “dificultades deseables” (Bjork, 2011) para describir condiciones de aprendizaje que requieren más esfuerzo pero terminan produciendo mayor retención y maestría. Por ejemplo, espaciar la práctica o variar las condiciones de estudio introduce un leve “estrés” cognitivo que mejora la consolidación de la memoria. Así, incomodidades intelectuales (como resolver un problema complejo o enfrentar un error) pueden fortalecer el aprendizaje. Este principio se refleja naturalmente en el aprendizaje experiencial, donde “haciendo y experimentando” se aprende más profundamente que solo leyendo pasivamente. Las situaciones reales rara vez están perfectamente calibradas, suelen traer obstáculos imprevistos que obligan al aprendiz a improvisar, perseverar y reflexionar. Ese componente a veces incómodo de la experiencia es justamente el que la hace memorable y significativa.

Además, superar pequeños obstáculos intrínsecos al aprendizaje autodirigido puede aumentar la motivación intrínseca del estudiante. Al completar una tarea retadora por voluntad propia, la persona obtiene una sensación de logro y competencia que refuerza su interés. Sobre esto, un artículo señalan que el desafío constante (en el contexto de entrenamiento cognitivo) “fortalece la neuroplasticidad y la motivación intrínseca”, tal como demuestra la teoría de Dweck sobre la mentalidad de crecimiento. En un entorno educativo, proporcionar desafíos graduales mantiene a los alumnos comprometidos: cada victoria conquistando la incomodidad alimenta el deseo de seguir aprendiendo. Por ejemplo, en un formato de aprendizaje emprendedor donde se dieron a estudiantes una serie de “desafíos sorpresa” (retos no anunciados previamente, a resolver en 1-2 días), se observó que la sorpresa y novedad de estas experiencias desencadenó altos niveles de involucramiento y reflexiones profundas sobre lo aprendido. Los participantes, tras la semana de retos, reportaron que salir de la comodidad les obligó a descubrir recursos propios insospechados, reforzando su confianza para futuras empresas. Esto ilustra cómo el aprendizaje experiencial, cuando incluye incertidumbre y resolución de problemas reales, dispara la motivación interna por el logro y el descubrimiento.

Por último, cabe notar que la motivación intrínseca y el disfrute pueden emerger de lo que inicia como incómodo una vez que se logra cierto dominio. Un músico practicando una pieza difícil siente frustración al comienzo, pero esa misma pieza luego le brinda gran satisfacción personal al dominarla. Así, la incomodidad inicial se transforma en goce intrínseco, “haciendo lo difícil en algo fácil” con práctica. Este ciclo de reto->logro->satisfacción es el combustible del aprendizaje autodeterminado y a lo largo de la vida.

Aprendizaje experiencial y desarrollo organizacional/social

El impacto de “aprender de la incomodidad” trasciende al individuo: organizaciones y comunidades también prosperan cuando adoptan el aprendizaje experiencial y enfrentan desafíos de forma constructiva. En una ecología del aprendizaje, el conocimiento fl uye entre entornos formales e informales, individuales y colectivos. Las organizaciones que fomentan una cultura donde salir de la zona de confort es bien visto (por ejemplo, experimentando nuevas ideas, asumiendo riesgos calculados, aprendiendo de errores) tienden a ser más innovadoras, adaptativas y resilientes. Peter Senge describió las “organizaciones que aprenden” como aquellas que “se transforman continuamente” mediante la mejora de sus miembros y la adaptación a los cambios del entorno. Un componente central de esa transformación es desafiar el status quo y ensayar soluciones distintas, lo cual inevitablemente conlleva atravesar periodos de incomodidad o incertidumbre. Por ejemplo, Chris Argyris señaló que las organizaciones realmente progresan cuando practican la “doble loop de aprendizaje”: no solo corrigen errores superficiales, sino que cuestionan supuestos básicos y modifican sus normas ante resultados indeseados. Este proceso de reflexión profunda –que puede ser tenso porque implica confrontar creencias arraigadas– es necesario para el desarrollo organizacional genuino.

Desde el plano educativo y comunitario, el aprendizaje experiencial ha sido ligado al desarrollo social y ciudadano. Métodos como el aprendizaje basado en problemas o en proyectos colocan a equipos de personas ante problemas reales (sociales, ambientales, organizacionales) que deben resolver de manera colaborativa. En el libro “Ecologías del aprendizaje en la educación para el desarrollo sostenible”, se plantea que la innovación educativa pasa por diversificar ambientes y fomentar “aprendizajes activos, participativos y colaborativos orientados a la solución de problemas y desafíos personales, sociales, civilizatorios y planetarios”. Esto implica sacar a los aprendices (sean estudiantes, docentes o miembros de una comunidad) de entornos controlados y exponerlos a la complejidad del mundo real, con todos sus imprevistos. Dichas experiencias pueden generar incomodidad –por la ambigüedad, la falta de respuestas claras, el tener que lidiar con diferencias de opinión, etc.– pero son extremadamente enriquecedoras en términos de conciencia social, trabajo en equipo y desarrollo de competencias prácticas. Estudios en educación superior han encontrado que involucrar a estudiantes en proyectos comunitarios o situaciones reales aumenta su empatía, sus habilidades de comunicación y su sentido de eficacia para incidir en su entorno.

Un claro ejemplo de aprendizaje experiencial colectivo son las comunidades de práctica (conceptualizadas por Lave y Wenger). En ellas, personas que comparten una pasión o disciplina aprenden juntas mediante la interacción continua, compartiendo retos y soluciones. La investigación antropológica de Downey sobre la comunidad de buceo libre (apnea) muestra cómo una comunidad de práctica “ofrece un repertorio de recursos para construcción de habilidades” y “apuntala la motivación de los individuos a través de la interacción social sostenida”. Los buceadores expertos transmiten a los novatos sus técnicas para manejar la incomodidad, sus anécdotas de superación y apoyo técnico; en conjunto, la comunidad genera una cultura de aprendizaje donde los miembros se impulsan mutuamente a expandir sus límites de forma segura. Análogamente, en contextos organizacionales, equipos que atraviesan juntos una situación desafiante (por ejemplo, un proyecto ambicioso con plazos exigentes, o una crisis que obliga a reestrategizar) suelen emerger con mayor cohesión y conocimiento compartido. La experiencia compartida –sobre todo si incluye superar dificultades– forja confianza y memoria colectiva (“¿recuerdas cuando logramos aquello que parecía imposible?”) que fortalece al grupo a futuro. En términos sociales más amplios, las comunidades que enfrentan adversidades comunes (desastres naturales, confl ictos, cambios económicos) a menudo aprenden y se reorganizan: desarrollan nuevas prácticas, innovan en la distribución de recursos y construyen resiliencia comunitaria. Este aprendizaje social suele ser experiencial y nace de la incomodidad compartida, catalizando el desarrollo social.

En suma, el aprendizaje experiencial guiado –tanto en empresas como en comunidades educativas o vecinales– facilita el desarrollo organizacional y social al cultivar individuos más capaces de adaptarse e innovar, y colectivos más integrados y proactivos. Aquellas organizaciones y sociedades que “se acomodan a la incomodidad” (es decir, que no rehúyen los desafíos sino que los usan para aprender) están mejor preparadas para evolucionar frente a entornos cambiantes.

Adaptación y aprendizaje en contextos desafiantes

Diversas teorías del aprendizaje respaldan la idea de que la adaptación ocurre de forma óptima en contextos desafi antes. Vygotsky, por ejemplo, introdujo el concepto de Zona de Desarrollo Próximo (ZDP) para describir la franja de aprendizaje potencial que existe justo más allá de lo que el aprendiz ya domina, donde con apoyo puede lograr nuevas habilidades. Este marco teórico implica que el escenario más propicio para aprender no es la total comodidad ni la tarea imposible, sino el desafío adecuado. Se puede equiparar la ZDP a la “zona óptima de aprendizaje” entre la comodidad y el pánico: allí el individuo está ligeramente incómodo pero todavía puede progresar con ayuda. Estudios actuales mantienen esta visión: “permanecer en la zona de confort lleva a poco aprendizaje, pero salir demasiado abruptamente lleva a la zona de peligro donde no se logra aprender ni adaptar”. En contextos educativos desafiantes –por ejemplo, enseñar en áreas rurales con escasos recursos, o aprender durante un conflicto sociopolítico– se ha documentado que la creatividad adaptativa de docentes y alumnos puede florecer, siempre y cuando exista cierto andamiaje de apoyo. Dicho de otro modo, la adversidad agudiza el ingenio: obliga a replantear enfoques y a encontrar soluciones innovadoras (lo que se alinea con la idea de que la presión selectiva produce adaptaciones). Sin embargo, es importante señalar que no toda adversidad es pedagógica: el contexto desafiante debe venir acompañado de oportunidades de reflexión, sentido y apoyo para traducirse en aprendizaje útil, en lugar de mero trauma.

La ciencia de la resiliencia también aporta marcos teóricos relevantes. La teoría de la resiliencia adaptativa indica que personas y sistemas expuestos a niveles manejables de estrés desarrollan con el tiempo una capacidad mayor de absorber perturbaciones sin quebrarse. Esto se ha observado tanto neurológicamente (consolidación del eje del estrés HPA tras exposiciones breves controladas al estrés) como a nivel psicosocial. De hecho, principios estoicos antiguos resuenan con hallazgos modernos: filósofos como Séneca o Marco Aurelio proponían “transformar las dificultades en oportunidades de crecimiento”, enfatizando que la actitud frente a los infortunios define el bienestar. Hoy entendemos que aceptar la realidad desafiante, en lugar de negarla, y afrontarla con mentalidad de aprendizaje es crucial para adaptarse positivamente. Esto implica reencuadrar cognitivamente la situación difícil (¿qué puedo aprender de esto? ¿cómo me hará más fuerte?) en lugar de caer en la queja o la desesperanza. Psicólogos contemporáneos como Viktor Frankl han insistido en el sentido como catalizador: “el sufrimiento que se enfrenta con propósito nos fortalece”. Así, teorías humanistas y existenciales coinciden en que encontrar significado en los desafíos facilita que se conviertan en aprendizajes transformadores más que en cicatrices debilitantes.

Integrando todas estas perspectivas, podemos visualizar la ecología del aprendizaje de un individuo (o de un grupo) como un entramado de experiencias desafiantes intercaladas con apoyos. En esta ecología, la incomodidad juega el papel del nutriente estresor que activa mecanismos de crecimiento: desde la plasticidad cerebral y la respuesta hormonal al estrés, hasta la motivación intrínseca y la búsqueda de soluciones creativas. Pero al igual que en un ecosistema natural, debe existir equilibrio: demasiado estrés contamina el ecosistema de aprendizaje (impide la reflexión y agota recursos), mientras que muy poco lo empobrece (no hay estímulo adaptativo). Encontrar comodidad en la incomodidad sería entonces aprender a moverse con familiaridad dentro de ese rango óptimo de desafío, volviéndose “cómodo” con el hecho de estar a veces incómodo. Quien logra esto cultiva una mentalidad adaptable: ya no huye ante cada reto, sino que lo explora con curiosidad y templanza, sabiendo que forma parte de su crecimiento.

En conclusión, la conexión entre “encontrar comodidad en la incomodidad” y la ecología del aprendizaje radica en reconocer que el aprendizaje integral surge de la interacción dinámica con desafíos en nuestros entornos. La incomodidad –sea física, mental o social– activa procesos de adaptación a nivel neurológico, psicológico y colectivo que no se desencadenan en la mera rutina. Una ecología del aprendizaje rica incluirá entonces dificultades moderadas, novedad, errores y reflexión, junto con redes de apoyo y oportunidades de recuperación. Lejos de ser algo negativo, múltiples evidencias señalan que la incomodidad es un potente motor de resiliencia y aprendizaje: “La exposición controlada a desafíos fortalece el cerebro, aumenta la tolerancia a la frustración y reduce los niveles de estrés y ansiedad”. En palabras llanas, no hay crecimiento sin un poco de incomodidad– pero si aprendemos a habitar esa incomodidad con propósito, podemos convertirla en comodidad eventual, ampliando así los confines de nuestra capacidad de aprender y adaptarnos continuamente.

Referencias

Referencias destacadas:

● Van Gelderen, M. (2023). Using a comfort zone model and daily life situations to develop entrepreneurial competencies and an entrepreneurial mindset. Frontiers in Psychology, 14, Artículo 1136707. (Aprendizaje fuera de la zona de confort en educación emprendedora)

● Seery, M. D., Holman, E. A., & Silver, R. C. (2010). Whatever does not kill us: Cumulative lifetime adversity, vulnerability, and resilience. Journal of Personality and Social Psychology, 99(6), 1025–1041. (Algunos eventos adversos en la vida mejoran la resiliencia)

● Downey, G. (2024). Skill building in freediving as an example of embodied culture. Philosophical Transactions of the Royal Society B, 379(1911): 20230150. (Adaptaciones somáticas y aprendizaje en la comunidad de apnea) .

● Dweck, C. (2006). Mindset: The New Psychology of Success. Random House. (Mentalidad de crecimiento: asumir los desafíos como oportunidades de aprender).

● McGonigal, K. (2015). The Upside of Stress. Penguin Random House. (Benefi cios de reencuadrar el estrés y la incomodidad para el crecimiento) .

● Senge, P. (1990). The Fifth Discipline: The Art & Practice of The Learning Organization. Doubleday. (Organizaciones que aprenden y se adaptan mediante desafíos y cambio continuo).

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